miércoles, 7 de mayo de 2014

DESIERTO...

Aquel pedazo de carne, ingeniería de Dios, nada sabía de lo que llevaba dentro, la simiente de la vida opacada por el tiempo, ciega, estéril, casi muerta...
Aquel reducto misericordioso, latía, impuro ya cansado de latir, con la soberbia de los perdedores ya vencidos pero en pie...
Su milagro era solo una creencia, una necesidad casi, de saberse vivo de tener el coraje de haber abatido a la muerte, una o dos veces...
Y digo casi porque mas de una vez se creyó muerto, y cerro los ojos, y se persigno también, dos veces...
Aquella nostalgia que cargaba a cuestas, no sumaban los años, ni cerraban las cuentas de la vida, ni Dios sabía cuanto debía, que pecados tenía, cuanto sudor y lágrima había derramado en su camino, nadie, ni él llevaba la cuenta...
Solo por la noche volvía a sentir esa furia, esa sangre envenenada, recorriendo su cuerpo, haciendo de las suyas en cada intento, viviendo, al filo, alrededor de la piedra en su zapato, arrodillado  en la espina de su costado, viviendo, a penas...
Sin embargo, aquel pedazo de carne ya tomado, ocupado por  mil miserias no era  un desierto inhospito e inhumano, era mas bien un cactus, con millones de espinas en un desierto inhospito, inhumano...
Parco de soledad, sumo hizo las cuentas y resto uno menos uno, volvió a sumar y nunca dio dos...
Prefirió el exilio de su alma plana en algún infierno, infierno en fin pero propio, se sintió un ángel caído en un derrotero y simplemente colgó sus alas desplumadas...
Fuera de lo único que se parecía a la vida rescindio todos sus contratos, el del amor primero, el del vacío que le causaba la muerte después, y por último el de los  deseos, se dejó un papel en blanco, un cóctel mortifero de  palabras y lo lleno de poesías... poesías secas  llenas de espinas como su alma...

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