Encaprichada la naturaleza
tomó a su pupilo
y le dió de comer
sus frutos negros rojizos
y lo clavó en un puñado de afiladas espinas
para que sepa que toda dulzura
tiene precio.
Se adhirieron a sus pasos
y se llevó la simiente
dejando tras sus huellas
la marca consciente
de sangre y fructuosa
dulce y amargo
legado para sus hijos.
Hoy abre nuevo sus alas
come y caga sus semillas
y donde hubo espina
nace también nuevo
un animal verde de ojos negros y corazón duro rojo.
Crece entonces un muro
donde solo los seres alados
un zorzal
logran entender
de que esta hecha la vida
y se aferran
a la corteza de un piquillín.
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